En la mesa había una botella de un muy buen whisky. Un jardín, que nunca pude apreciar del todo en la obscuridad, nos rodeaba. La alberca lucía desangelada con un plástico cubriendo su superficie. Una fría luz blanca, de un foco ahorrador, iluminaba el espacio debajo de la palapa. Charlábamos mientras bebiamos de unos vasos inmensos, inapropiados para la bebida… pero esto último resulta realmente irrelevante.
Yo comentaba de los giros en la vida, de un amigo muy querido: cayó en el alcoholismo y pudo, de una u otra forma, sortear su decadente estado para dedicarse a cantarle canciones a Jesús. Si, eso hacía ahora, un sobreviviente.
Mi interlocutor recordó algunas experiencias personales, antes de concluir que aquellos vuelcos de la vida eran, a final de cuentas, cambios de adicción.
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