La cabecera de la litera en la que dormía cuando era pequeño estaba colocada frente a una ventana que daba al patio central de la casa de mis padres. En algunas ocasiones, cuando los vientos del invierno soplaban con fuerza, mi imaginación coqueteaba estúpidamente con las sombras que se producían en el oscuro patio en cuyo centro había un árbol que cubría casi todo el espacio. Envuelto en la colcha y escudando la cara con la almohada, poco a poco mis ojos se asomaban y exploraban las siluetas, hasta que lograba decodificar las formas de todo lo que afuera había. Me producía un miedo espeluznante.
Lo peor fue la noche que decidí bajarme de la cama y acercarme a la ventana lo más posible, hasta casi tocarla con la nariz, mientras en mi imaginación me preguntaba qué haría si un rostro brincara de la nada frente al cristal.
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