Después de soportar el ruido constante durante la función, salimos en busca del gerente del cine. Al encontrarlo accedió amablemente a escuchar nuestras quejas. Un tanto apenado por la situación, nos comentó que aquello era una cuestión de mala educación, sobre todo entre los chavos más jovencitos; nos dijo que habían tratado de controlar el problema pero que, lejos de resolverlo, se habían encontrado con la difícil situación de ser confrontados por algunos de los padres. Su gesto de impotencia pareció aún más comprensible cuando nos dio a entender que, en algunos casos, las amenazas de los papás de estos trogloditas los dejaban en una posición francamente incómoda. Finalmente, nos obsequió boletos, sugiriéndonos horarios y días en los que la afluencia era casi nula y, por lo tanto, las posibilidades de disfrutar la función eran mayores.
En otra ocasión, me debatía entre ir o no ir un fin de semana. Finalmente, decidí no hacerlo. Cuando Mister regresó, lo primero que me dijo fue «qué bueno que te quedaste».
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