La bitácora del Tio Joe

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May 3, 2007

Vecinos distantes (2)

por | May 3, 2007

El amigo del amigo

Nunca me había fijado en el amigo del vecino del que me hablan mis hijos. Me dicen que frecuentemente se sientan a platicar sentados sobre una pequeña barda a la entrada de su casa. Ni siquiera sabia, según me comentan, que el mismo vecino —me refiero al hijo mayor—, vende algo de comida afuera de la escuela todos los días.

En un día cualquiera, desde este lado de la calle se le puede escuchar gritando «¡mamá!». No es algo frecuente, pero, por el contrario, jamás le he escuchado gritar «papá». Y, ahora que lo menciono, la verdad es que no guarda ningún parecido con el marido o el resto de los hermanos. Son sal y pimienta, por lo que, en ocasiones, me da la impresión de que quizá sea hijo de un matrimonio anterior de la doña. Además, su edad debe rondar los 26 o 27, unos 10 años más que la hermana mayor, la siguiente en la línea.

Ayer, mientras estaba aquí en el muelle, lo escuché cantar a pulmón abierto. La verdad es que debo reconocer que alcanzó bien las notas y, por un instante, logró entusiasmarme con su entrega total. Cantaba «Bandido» del disco Papito (Todo parece tan congruente ahora).

Pero el por qué de su entusiasmo por «papito» nunca quedaría en tan clara evidencia como hace varias semanas atrás, cuando mi hijo y yo salimos a la calle. El vecino estaba charlando con su amigo, sentados sobre la barda, mientras un tercero en discordia permanecía abajo, en la esquina, recargado sobre un automóvil. A éste último lo había visto desde la ventana de mi recámara unos minutos antes de salir (lo había observado por un instante). En un principio me pareció sospechosa su actitud; un tanto inquieta, pero me pude dar cuenta de que estaba observando desde la distancia hacia la casa de enfrente –la de mi vecino– en una actitud de espera impaciente. Intermitentemente volteaba a la calle que da al malecón y de inmediato hacia el lugar donde mi vecino y su amigo charlaban despreocupados. Sólo faltaba que gritara ¡a ver a qué horas!

Así las cosas, Jorge y yo salimos a cumplir con una encomienda cuando al doblar la esquina fuimos detenidos por un «disculpen ¿les puedo hacer una pregunta?». Jorge y yo giramos para atender la pregunta que hacia este individuo moreno, de unos 26 años. Era el tipo de la esquina, el que habia observado desde la ventana hacía unos instantes. Yo respondí con un «claro», sin imaginarme lo que estaba por escuchar: «Mira, yo soy gay y ustedes dos me gustan. Quisiera hacérselo a los dos con la boca». A pesar de que logró percibirse cierto nerviosismo en sus palabras, la verdad es que la perplejidad en la que nos encontrábamos mi hijo y yo era de una magnitud que, por un instante, no di crédito a lo que acababa de escuchar; tan sólo atiné a darme la vuelta y continuar nuestro camino, mientras manoteé de arriba abajo, pretendiendo desacreditar su patético descaro.

Al subirnos al auto, cerramos las puertas y guardamos un instante de silencio mientras tratábamos de digerir lo que acababa de pasar de forma tan abrupta. Coloqué la llave en el switch antes de dar marcha cuando Jorge expresó su ánimo diciendo «qué sensación tan desagradable».

Al regresar de la calle discutimos el asunto con los demás, y así fue como pude corroborar lo que no me resultaba tan evidente a primera vista.

El vecino me saluda con entusiasmo y una sonrisa plena siempre que nos cruzamos en la calle. Es evidente que no se percató del incidente del amigo de su amigo, al que no he vuelto a ver jamás por este rumbo.

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