Tenía 14 años y ansiaba tener mi primera experiencia sexual. Estaba recargado sobre el pequeño muro de una jardinera, paseando mi mirada entre la gente que se encontraba alrededor de la alberca, cuando mis ojos se toparon con una mujer que se encontraba recostada en un camastro. Mi fantasía comenzó a volar por las alturas mientras daba rienda suelta a mi imaginación, hasta que lo nervios se comenzaron a apoderar de mi tímido ser. Resultó que la chica, mayor que yo, estaba observándome y me hacía un gesto, invitándome a que me aproximara. Los titubeos y la inacción se apoderaron de mi. Después de un momento, ella tomó la iniciativa, se puso de pie y se dirigió hacia mi. Permanecí petrificado por unos instantes, sin saber qué hacer. Todo pareció suceder muy rápido. Al acercarse, me dijo que estaba en una de las casas ubicadas ahí cerca, en el campo de golf, que si gustaba acompañarla un rato. De manera torpe e infantil huí apresuradamente, después de balbucear algún pretexto estúpido.
La mujer ahí se quedó. Durante un par de días seguí recordando aquel momento, debatiéndome en medio de una mezcla de sentimientos encontrados. Me lamentaba no haber sabido cómo reaccionar cuando la vi aproximarse desde aquel camastro. Recuerdo que quedé atónito, sin poder ocultar mi desconcierto. Su caminar era, sin duda, consecuencia de una polio infantil.
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