La bitácora del Tio Joe

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Oct 22, 2011

Aparecidos

por | Oct 22, 2011

Aquí, a la gente le gusta el drama y el misterio más de lo normal. Las exageraciones de tintes trágicos parecen excitarles de extraña manera. Podríamos decir que es algo muy mexicano, pero en Mazatlán hay que agregarle dos cucharadas más de teatralidad a la mezcla.

Daniel y Salomón me contaban hace unos días lo sucedido con una chica, conocida de ellos. Las últimas ocasiones que la habían visto lucía una apariencia demacrada, hasta que un buen día, sin más, desapareció.

Fue entonces que la noticia pasó de voz en voz y así se enteraron de que había muerto.

Estaba muerta. Bueno, eso decían todos, hasta que un buen día Salomón advirtió su presencia en Olas Altas, mientras ella caminaba como si nada. De hecho, se le veía un mejor semblante, más repuestita.

No podían dar crédito a lo que veían, según me platicaron. «¿Qué? ¿Qué no es esa…? ¿Qué no estaba…?»

Daniel me explicó su teoría: su aspecto anterior a la «desaparición» debe de haber sido consecuencia de su adicción a las drogas. «Es probable que se haya ido a rehabilitar, pero la gente aquí ya la daba por muerta», me dijo en ese estilo despreocupado que le caracteriza.

Quedé admirado al escuchar esta historia de viva voz y de fuentes tan fidedignas.

No pude evitar preguntarme quién sería la primera persona que tuvo el valor y descaro de decir «ah, si, se murió». Sé que no debería de sorprenderme a estas alturas, pues, así son muchas de las historias de muertos y aparecidos que se cuentan en el puerto.

Podría agregar, por ejemplo, el misterioso caso de «el hombre del puro» quien se materializa tras bastidores en el Teatro Angela Peralta, dejando siempre como prueba de su existencia el inconfundible aroma de su habanero; la leyenda de «la niña de El Pacífico», que aparece caminando en la pérgola del viejo colegio. Y qué decir de mi amiga a la que le duele la cabeza cuando hay «malas vibras» en un lugar. «¿No sabes si alguien murió aquí? Me duele la cabeza», me dijo un día que pasamos a visitar a unas amistades. Yo permanecí en silencio, perplejo después de su comentario.

Son las historias mazatlecas con tintes de «realidad mágica» (o trágica) que se cuentan con una vehemencia y convicción que cautivan a cualquiera; leyendas que forman parte ya del imaginario colectivo de un puerto que termina por resultar seductor.

 

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